domingo, marzo 12, 2006

J. E. E. (1924-2006)

La verdadera dimensión de un escritor suele apreciarse de mejor manera cuando se le observa a través de su trayectoria. El conjunto de la obra de Jorge Eduardo Eielson no ha esperado el fin de su vida para recibir una atención respetuosa, que bien pudiera confundirse en muchos otros casos con el efecto bondadoso que la muerte imprime sobre aquello que toca. El poeta, narrador y artista plástico que habitó en su cuerpo ha dejado estupendos testimonios de su paso por el mundo, y sobre todo representó una singular forma de entender la expresión artística y armonizar de manera personalísima sus códigos y lenguajes. La fundamental necesidad comunicativa que ha caracterizado su obra poética, junto con la mejor herencia de tradiciones literarias y culturales tan dispares -desde el simbolismo de la poesía de la modernidad francesa hasta el zen que cristalizó según las posibilidades de un occidental en sus textos finales- son la mejor muestra de una incesante búsqueda de la perfección, para lo cual comprometió su trabajo con diversos lenguajes artísticos y comunicativos. Poemarios como Reinos, Doble Diamante, Habitación en Roma, Noche Oscura del Cuerpo, Ceremonia Solitaria, y los más recientes Sin Título y Celebración, su novela El Cuerpo de Giulia-no, además de su plástica y visual en Nudo y Quipu merecerán desde ahora una atención renovadora, que tal vez deba progresar por directrices externas al muchas veces en su obra descrito metalenguaje, para atacar la condición finita y circunstancial de la existencia, que domina tanto su inicial aprendizaje de la modernidad literaria centro europea como sus diversas y profundas observaciones de culturas precolombinas peruanas, y de culturas tradicionales orientales, en busca de una versión novedosa y atenta al desarrollo contemporáneo de la humanidad que, sin abandonar sus motivaciones mas esenciales, tuvo siempre al alcance. Que su desaparición coincida con el mejor homenaje posible, la continuación de cierta labor crítica iniciada durante los noventa que, concentrada todavía en la imagen del artista, necesita del ensayo de lecturas renovadoras sobre su nacionalmente ya difundida obra y ya no tanto del ritual de la mitificación que siempre algunos se empeñan en trazar ante la muerte, cuando la idea es conservar entre los receptores de su obra el espíritu del J. E. E. que nos habitó hasta hace muy poco.

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