jueves, diciembre 22, 2005

[Catedral] de José Miguel Herbozo

Este es el texto que leyó Jorge Wiesse durante la presentación de mi libro. Como muestra de mi gratitud por una presentación tan cordial y lúcida, le pedí me permitiera ponerlo en este Blog.

Impresiona desde el primer momento la voluntad constructiva de [catedral], primer poemario que nos regala José Miguel Herbozo dentro del sello estruendomudo. Cinco secciones que agrupan siempre un número impar de poemas (cinco la primera sección y tres las demás). La recomendación de Verlaine (“Preferez l’impair” ‘Preferid lo impar’) adquiere sentido para establecer relaciones entre secciones o entre poemas. Así, la tercera sección es la central, lo que hace que la primera y la quinta, la segunda y la cuarta mantengan entre ellas relaciones simétricas o especulares. Lo mismo puede decirse de los poemas centrales de cada una de las cinco secciones: [pentagrama], [mediodía], [catedral], [hombre derrotado por el miedo], [último rayo] y [la mirada] .

La relación entre títulos de poemas y secciones adquiere un relieve particular en la segunda sección: [catedral] no es solo el nombre de un poema o de una sección del poemario, sino de todo el poemario. En las otras secciones siempre puede encontrarse un poema cuyo título coincida con el título de la sección. Como si no fuera suficiente agotar el tema en un nivel y se propusieran diferentes niveles de saturación del sentido, pues resulta siempre insatisfactorio el nivel en el que se está instalado. ¿Podría ser una alegoría del ascensus, de la necesaria trascendencia del sentido?¿De la elevación a la que nos acostumbran las catedrales góticas? ¿De la creación o la asignación del sentido que va de bloque a bloque, como parecen evocar los corchetes ladrillescos que enmarcan a las palabras de los títulos de [catedral]? La parquedad de los títulos, su vocación sintética, podrían connotar la condición de bloque arquitectónico de la palabra que, aislada y luego junta, forma el edificio del libro.¿O será, sencillamente, que los corchetes buscan, más bien, connotar lo acústico o su ausencia, la presencia asordinada de una palabra dicha en el silencio o, sencillamente, colocada de manera provisoria?

Salvo [la pausa], un poema que remite a una cotidianidad cristalizada, purificada, condensada, a lo Watanabe (el pescado que el sujeto asa en la sartén y que lleva al infarto, en una secuencia –vida y muerte [la del pescado]-vida y muerte [la de quien se lo come]) y que curiosamente parecería jugar con las rimas asonantes (bullía:comida:saliva:día:caída:vida), el resto de los poemas presenta una notable unidad de estilo. En efecto, el verso libre es el marco adecuado para una sintaxis elíptica que avanza por bloques casi discontinuos, como si el poeta hubiera querido matizar la monumentalidad y la simetría de la disposición del libro con esta retórica de lo discontinuo y lo fragmentario. Sin embargo, como en la mejor Modernidad, estas discontinuidades son, además de procedimientos de extrañamiento, modos de catalizar nuevas relaciones, de encontrar en la quiebra de la fluidez la posibilidad de nuevos órdenes.

Me ha llamado la atención el primer poema, [verbo], pues pienso que en él se pueden observar con algún detenimiento procedimientos y características que también podrían postularse de otros poemas del libro.

[verbo]

La voz que se extravía se convierte
la mariposa tenue
gira levemente en su alzada:

palabra que silencias el silencio
que plena en libertad encubres tu suplicio

abandona aquel estado de reverberación

agitación
estupor que principias estupor

hoy alimentas
aquella porción de luz
que cuelga desde las alturas

reflejo del paisaje que contempla
el hábito del hombre cubriéndose de hastío.

La puntuación siempre guía, aunque sea parcial e intente difuminar o descoyuntar una sintaxis –la poética- que podría percibirse como demasiado lógica. En el caso del poema de José Miguel, pueden encontrarse solo dos signos de puntuación en el poema: el que está al final del tercer verso y el punto final del último. No importa: bastan.

Los dos puntos parecerían indicar el primer límite. Luego de ellos, la equivalencia de la tercera estrofa, que coincide con una pausa de sentido equivalente al punto aparte. Las tres estrofas finales constituyen una sola oración quebrada por pausas versales y estróficas que refuerzan la impresión de discontinuidad.

En síntesis: tres partes (los primeros tres versos, desde “La voz” hasta “su alzada”; los tres versos que siguen, desde “palabra” hasta “reverberación”; y, finalmente, desde “agitación” hasta “hastío”).

La primera parte, a su vez, está dividida en un verso aislado (el primero) que se opone a dos versos seguidos (un dístico). El verso aislado remite a un juego de formación vocabular prefijal: “extra-” + “vía”; “con-“+ “vierte”. En efecto, la voz que sale de la vía (usual, recta, consuetudinaria) se transforma, se convierte, es decir, pasa de un estado de pecado a un estado de gracia, se transforma. La afirmación es, cristianamente, paradójica: el salir de la vía es el vehículo de la conversión; el no seguir la doxa, el camino, la condición heterodoxa, es la ruta para la salvación. El dístico gira sobre la imagen de la fragilidad (que es a la vez condición para su elevación)de la palabra. La palabra es una mariposa (no sé si José Miguel se haya percatado de esta relación, pero para los griegos, mariposa y alma compartían el mismo término: psyché) que es “tenue”, que “gira levemente (la leuis provenzal en acción) en su elevación (“en su alzada”). El verso único inicial y el dístico se complementan: la paradoja está acompañada por el movimiento frágil y elevado. La poesía es un salirse de cauce, pero es la única manera de poder hacer que las palabras de la tribu se conviertan en elevaciones, en iluminaciones. Su condición leve y frágil no hace sino agregar drama y peligro (lo frágil siempre puede romperse) a este acto de ascensión.

El terceto que sigue, la segunda parte en que hemos divido el poema, agrega una nueva paradoja: el silencio del silencio (“palabra que silencias el silencio”). Como que la condición frágil de esta mariposa que se eleva y que gira levemente en su elevación fuera un mero rayar el silencio, un negar el silencio que a la vez recuerda la condición silente de toda la existencia. La fragilidad tiene, también (en contraste y a la vez refuerzo a la imagen de la palabra-mariposa), una dimensión acústica. La palabra se dice, pero después de ella todo regresa a su condición natural. Todo regresa al silencio. Esta palabra es “plena” y está “en libertad”, pero –y aquí hay otra paradoja- aun “plena” y “en libertad”, ‘encubre su suplicio’. Es decir, la condición dolorosa, liminar, insuficiente, tribal, de la palabra no se extingue ni cuando está “plena” y “en libertad”. El verso final es una exhortación a abandonar el estado de reverberación, de reflejo de otra cosa (¿de la realidad?) para asumir su condición autónoma y libre. ¿Petición de abandono de lo mimético para asumir plenamente lo poético?

La última parte empata conceptual y fónicamente (“reverberación” rima con “agitación”), en una especie de anadiplosis de significado, con el fin de la anterior. El verso univocabular contribuye a resaltar el término. Le sigue una especie de tautología del asombro: “estupor que principias estupor”. La palabra está en el origen y el origen es el asombro, la actitud filosófica. La epanadiplosis (“estupor”, que inicia el verso, se repite al final) parece sugerir el asombro como actitud original y también como actitud final. Alfa y omega. La palabra nos ubica en el misterio de los orígenes y en el misterio de las postrimerías.

El dístico anterior, que inicia la tercera parte en que nos parece que es posible dividir el poema, podría actuar como un vocativo. Podría pensarse que la pausa del segundo verso actúa como pausa de vocativo a pesar de la ausencia de coma. Así, estos versos podrían juntarse coherentemente con el terceto que les sigue y con el dístico final. El terceto es una comprobación: la palabra es una iluminación parcial. En efecto, lo es en tanto “alimenta”, es decir, ‘da vida’a la luz que viene de lo alto (la “luz que cuelga de las alturas”), pero que es “porción”, parte, parcialidad en tanto (y aquí se pasa al dístico final) es reflejo (que remite a “reverberación” del verso 6) del paisaje (o sea, la realidad) contemplada por “el hábito del hombre cubriéndose de hastío”. En síntesis, la palabra eleva e ilumina parcialmente una realidad que, sin ella, es vista como hábito, como hastío, en verdad, no es vista. Se trata de la realidad “automatizada”, o del lenguaje “automatizado”, al cual los formalistas rusos oponían la “desautomatización” propia de la poesía. Sí, la poesía es reflejo, pero reflejo transformado por el estupor, que se opone a otra epanadiplosis (conceptual, esta vez): “el hábito” y “hastío”. “Estupor”-“estupor” (verso 8) opuesto a “hábito”-“hastío” (verso 13 y final). La última ilación remite al “spleen” baudeleriano, en tanto la percepción usual y corriente de la experiencia vital es la del embotamiento, la de la alienación perceptiva, la de la ya referida automatización. Pero queda el asombro, identificado con el ideal (para remitirnos también al opuesto baudeleriano del “spleen”). El hábito-hastío-spleen lucha permanentemente con el estupor-ideal.

Debemos agradecer a José Miguel Herbozo por este poema que tan justamente (con tensión, con drama, sin soluciones fáciles) refleja lo que es la poesía.Nos reafirma en una idea que podría estar contradicha por medios de comunicación o por fantasías informáticas: la poesía está viva. Recordando a Bécquer, podría decirse no que “habrá poesía”, sino que la hay. Más aún, a diferencia de lo dicho por Bécquer, que sugería que no había poetas, José Miguel nos prueba, con datos excelentes, que también los hay.

16/11/05

miércoles, noviembre 23, 2005

Un charco en la otra cuadra

Una lírica llena de marcas vitales, despojos y muerte nos ofrece el segundo libro de Roberto Zariquiey, Un charco en la otra cuadra. Aparecido en diciembre del 2004 -recuerdo apenas una reseña que hablaba más de la trayectoria que del libro y que circuló apenas en la PUCP- esta segunda entrega desarrolla un sentido de existencia surgido de una sucesión de conflictos e inseguridades nacidos ante la experiencia de la muerte.
La experiencia de la muerte coincidirá en el libro de Zariquiey con el descubrimiento de la propia perspectiva, con la herencia de la observación. En sus dos secciones, el libro presenta un breve proceso de maduración en el que vemos transcurrir las primeras y cálidas intuiciones de la infancia para dejar lugar a la medular contemplación del padre agonizante, en una pérdida asumida como el asiento de aquel tránsito hasta que se vuelve identidad.
Al asumir aquella carga se asume la interlocución del ido frente a la familia y al mundo. Ya con el precio de la tragedia, el libro expresa la herencia del temple y observación paternales, transvertidas en anécdota, en palabra familiar.

viernes, noviembre 11, 2005

viernes, octubre 21, 2005

Desequilibrios























Aparecido a fines del año anterior, Desequilibrios fue el tercero y más reciente libro de Jorge Frisancho. Fusionando la reflexión sobre la palabra con las huellas de una condición vital atenta y ajetreada, el libro de Frisancho se desarrolla en esa intersección que genera una pregunta sobre el sentido de las escritura en el momento en que ya ha sido arrojado a la lid creativa. Pero ya que esta es una práctica extendida en buena parte de la lírica peruana -incluso en la contemporánea y no siempre con buenos resultados-, una de las virtudes de este libro está en el desarrollo de una óptica genuina y personal, síntoma de la madurez literaria de su autor, y elemento que le permite desplegar las disquisiciones que componen el libro sobre cuestiones básicas de la experiencia humana como el problema de la comunicación con el otro y la soledad que resulta su consecuencia.
Uno de los aspectos más y mejor desarrollados por esta propuesta está del lado de la reflexión metapoética, cuyos síntomas y azares están impulsados por las huellas vitales de la voz. Así, el desequilibrio del libro no solo es de arraigo testimonial, sino que representa una postura respecto de la tradición lírica peruana en la medida en que selecciona sus referentes y dialoga con algunas opciones estéticas de su generación dentro del mismo ámbito verbal. La adopción de marcas estéticas vallejianas -otro aspecto resaltante de su propuesta- no tiene nada de gratuito si es que tenemos en cuenta que tanto el sincretismo vida-poesía como la proyección de una estética fundada en la necesidad expresiva son características elementales del discurso vallejiano. A partir de su adopción como horizonte fundacional dentro de la lírica peruana, Frisancho recupera marcas poéticas que replantean la poesía escrita por aquellos que le son contemporáneos, trazando con ello una línea expresiva que se demuestra singular dentro de su condición.

martes, setiembre 06, 2005

Ya nadie incendia el mundo

Con el libro que mostramos en la imagen, Victoria Guerrero abre una nueva colección de poesía en la editorial Estruendomudo. Dentro de la estética y patrones ideológicos que han revestido a la poesía peruana de los 90, la cuarta entrega editorial de Victoria refleja las tensiones sociales y la indiferencia radicalizada en el espacio hostil de la ciudad de Lima en esos años, revisitados desde una distancia quejosa, doliente y a la vez complacida con la posterior supervivencia de la voz, que en el presente del libro se concibe madura e increada.
El libro habla de un repliegue personalísimo sobre una intelección educada muy lejos del dolor de su experiencia. En cierta medida -y tal vez se deba a ello- el libro se vé mas armónico como proyecto que en fragmentos. Pero lo que importa es lo que queda. Y lo que le ha quedado a Guerrero es la huella visible de haber habitado cada lugar de su propia memoria después de tanta violencia.

martes, agosto 09, 2005

La Puerta Estrecha

Hace unos meses leí la novela (1909) de Andre Gide que titula como este post y encontré en ella un pasaje -una carta de Alissa Bucolin a Jerome, su primo- que me hizo comprender conversaciones que no lograba descifrar. La novela trata la adolescencia de un muchachito llamado Jerome y más concretamente de una extraña relación con una de sus primas -Alissa- para presentarnos una reflexión sobre las necesidades vitales puestas frente a la moral del mundo adulto que termina regulando la vida de estos niños llenos de sueños. La novela puede no ser brillante para algunos, pues presenta algunos descuidos en el argumento, incluso una incomoda exacerbación de la experiencia 'mística' de los personajes la podría hacer pasar por solemne o cursilona para algunos, pero tiene sin embargo la virtud de desarrollar psicologías ricas y complejas que se vuelen envolventes. Una pasaje -una carta de Alissa Bucolin a Jerome- dice mas o menos algo así como "no lo hago por ti... lo hago por egoísmo". El resto es lo de menos, o al menos tuve esa impresión al leerla. Sea cual fuere el motivo real de Alissa, al continuar uno las páginas de la novela irá descubriendo cuanto de mascara se puede encerrar, desde la negación de los sentimientos, hasta desembocar en el error, los idealismos y los arrepentimientos.